domingo, agosto 20, 2006

Fiesta de Quince - Ailén PoV

No pude resistir, luego de leer el post anterior, contar mi propia versión. Soy Ailén, la susodicha hija que cambió su "vale por un fiesta" por el "vale por una notebook". Mi segunda (primera en 10 años) fiesta de quince... ¿qué tal sería? Dejando la PC, Colloquial Kansai y el piano a un lado, me preparé para el acontecimiento que, sospechaba, no iba a ser demasiado agradable...

Todo comenzó, por supuesto, con Las Preparaciones. Mi calzado favorito son, sin duda, mis zapatillas deportivas negras. Pero, por supuesto, el -sorprendentemente no tan incómodo- conjunto de pollera y blusa no iba a quedar muy elegante con ellas, así que tuvimos que emprender, mi madre y mi oportuna gripe (que, como suele suceder, no es ni suficientemente fuerte como para ser una razón irrefutable para quedarse en casa ni suficientemente suave como para que el mundo no girara ligeramente) el Viaje.
Fuimos a la avenida más cercana, que, como era de esperar, estaba totalmente abarrotada; y recordé lo que siempre olvido en el lapso de tiempo entre cada compra: 37 será estándar, pero los tacos también. No solo eso. Los diseños me parecían más apropiados para mi abuela que para mí. En nuestro trayecto por varias galerías (soñando con una aspirina para mi creciente dolor de cabeza y un incendio que destruyera el salón de fiestas) encontramos un lindo par de zapatos. Eran maravillosos, y ¡hasta parecían cómodos! El entusiasmo decayó cuando encontramos que “eso” no era el número de serie.
Empezando a considerar ir descalza, seguimos recorriendo la eterna calle, negocios sucediéndose unos a otros en total y confusa continuidad. “¿Ves algo en esa vidriera?” “No.” Un segundo. “Sí.”
Escondido entre algunos pares que me hicieron dudar de la cordura de ciertos diseñadores encontré unos zapatos de tacón no-tan-alto bastante pasables. Deseando volver tan pronto como fuera posible, entré, me los probé, vi que efectivamente se podía caminar con ellos, pagamos y nos fuimos.
Mirando el taco esa noche averigüé que, probablemente no superara los 2cm². “Bueno”, pensé. “Va a haber sillas.”
Mientras más conozco lo que debería usar como fémina, más me gustan mis cómodos conjuntos deportivos. ¿Qué sádico inventó los tacos? No me refiero específicamente a los de diez centímetros o a los tacos aguja. Me refiero a los tacos comunes, los que usan las mujeres comunes.
Si voy a tener que usarlos todos los días, me hago una operación de cambio de sexo.

Lengua afuera llegué, con hermana, padres, regalo, tacos y aún algún residuo de gripe (luego de algunas cuadras de más) al portón dorada del salón. A esta altura podrán imaginarse los estimados lectores que no soy una fanática de las fiestas ni las “lágrimas de felicidad”; así que no pude evitar tener un mal presentimiento cuando vi, detrás de la persona que sostenía la curiosa puerta, una fila de velas y globitos y cintitas y etcétera. Vi algo más: una escalera (que, como en las películas, parecía alargarse frente a mis ojos) conduciendo al verdadero lugar de la fiesta.
“¿Apellido?”, preguntó amablemente el encargado de que nadie entrara sin invitación. Ah, yo hubiera regalado la mía con felicidad… “Debe estar como Romero.” “Hm… Alicia, Javier, Pilar; mesa 1. Ailén, mesa 5.”
“...¿Ah?”, pensé, asintiendo con una sonrisa y mirando disimuladamente a Alicia, quien entendió el mensaje: “No voy ni que me paguen”
No me gusta hablar con gente nueva. No, corrijan eso. No me gusta hablar con gente de mi edad, al menos no en fiestas. He encontrado geniales amigos en la escuela y en japonés, pero es más probable verme, en una reunión, hablando con los padres de una persona de mi edad que con ella en sí. ¿Tal vez tenga algo que ver con ser la única de toda mi familia de mi edad? Quién sabe. No me gusta ser obligada a callarme, aplastada por una avalancha de nombres desconocidos para mí, fingiendo interés por lo affaires románticos de alguna mal llamada vedette. Así que me quedan dos opciones: la verdad o el silencio. Ya que la primera es garantía de incomodidad generalizada, opto por la segunda. Pero no es divertido. De ahí mi decepción por ser asignada a otra mesa.
“No importa”, me susurró disimuladamente mi progenitora, “te sentás con nosotros y punto.”

Apenas llegamos al piso donde realmente trascurría la “acción”, encontramos mesas vacías sin numerar, ningún lugar donde poner los abrigos, comida (Alicia quería y no podía, yo “podía” y no quería; Pilar compensó al mejor estilo Homer Simpson), gente desconocida (... o eso creía yo, hasta que se acercaban y decían algo como “¡cuánto creció!” y yo tenía que sonreír intentando averiguar cuál era exactamente su relación conmigo) y un piso tan poco adecuado para caminar en tacos como cualquier otro. Luego de aproximadamente una hora de nada, finalmente la gente comenzó a sentarse y allí fuimos.
“¡Ah, Ailén! ¿Vos no estabas en la mesa 5?”, preguntó la madre de la cumpleañera, mirando hacia la mencionada mesa... totalmente ocupada. Bendije al colado, fuese quien fuese.
Video, humo. Juro que creí que me ahogaba. En algunas fotos aparecía yo, aunque me costó un buen rato reconocerme, ya que las imágenes databan de hacía 9 años.
Fin del video. Mi memoria se vuelve un poco borrosa en ese punto, probablemente debido a la muerte de neuronas provocada por esa niebla artificial y, según sospecho, altamente tóxica que se repitió varias veces a lo largo del tiempo que estuve allí. No estoy segura, pero creo que en ese momento sirvieron la entrada. Exquisita y pequeñísima, por supuesto, pero como mi estómago de todos modos no se hallaba en el mejor de sus días no me importó en lo más mínimo.
Vals. Realmente mi amiga me dio lástima. Su sonrisa pegada con plasticola parecía el tierno intento de un aprendiz de carpintero en la cara de un títere. Los aspirantes a pareja de baile, unos 30 entre parientes y amigos, hacían fila. Me reí por lo bajo con alivio de no ser yo la que iba a tener que soportar los músculos faciales doloridos.
Y la primera regla de los bailes parece seguir en pie: lo que suena en los parlantes, sin excepción, ese desvarío de pasos grotescos de intento erótico mal llamado música, también conocido como “cumbia villera”. El nombre, pésimo. Degrada a la pobre gente de las villas. “¿No bailás?”, me preguntó bienintencionada la madre, quien debía estar gastando una pequeña fortuna por minuto. Tal vez no logré ocultar la frialdad de mi tono, porque no volvió a preguntar. Volví a sentir esa sensación de alivio que ya se estaba haciendo común cuando vi a las pobres chicas “bailando” con tacos. Ah, por cierto, la segundo regla también se cumple: los pares de cromosomas no se mezclan. Si de los bailes dependiese el futuro de la humanidad, no habría porqué preocuparse por la contaminación.

Las películas de quince son como ver una película que ya vista con una amiga y su novio (o, en su defecto, una amiga y su grupo de amigas). Lo interesante empieza más tarde de lo que dice en la entrada, uno está tan incómodo que se olvida de divertirse, no puede hablar con quien le interesa, tiene que hablar con quien no quiere y solo llega a comer dos puñaditos de pochoclo. Y, para colmo, uno ya se sabe el final. Espero encontrar la forma de divertirme tanto en las Fiestas de Quince como cuando cuento que el Asesino Misterioso es Jack el Forastero.

7 comentarios:

Alicia R. dijo...

¡Sí, es mi hija! Y tampoco le gustan las fiestas. ¿Existirá el gen de la aversión a las fiestas? :-)

Bebe dijo...

Alcoyana!!!
Yo canjee mi fiesta de quince por anillo de diamantes que aún conservo!!!
capaz hubiese pedido una notebook pero en mi epoca no existian, además habia escuachado a una tal Marilyn (no Mason sino Monroe) que decia que los diamantes eran los mejores amigos de las mujeres. En ese momento mucho no lo entendí, pero son esas cosas que sin saber porque te parecen lógicas... gracias a dios!!!!

Chiara Boston dijo...

Será verdad entonces que la felicidad de uno es la infelicidad de otro? Lamento que lo hayas pasado tan mal... Por lo que leo, era una amiga bastante cercana. La próxima vez, le aclarás a la futura cumpleañera que vos no naciste con el gen fiestero de tacos altos...y sanseacabó! Con lo que se gasta por persona, seguro que agradecerán enormemente tu sinceridad!

Alicia R. dijo...
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Ana dijo...

Me hizo mucha gracia tu texto, me gustó mucho como está escrito, y me parece muy inteligente el cambio de fiesta por notebook. El problema es que se te viene un malón de fiestas de quince del colegio... en fin, que sobrevivas!
Cariños desde Montevideo.

Alicia R. dijo...

Bebe, siempre supe que eras una mujer inteligente .-)

Laura,el tema es que no es una amiga muy cercana. Si lo fuera hubiera ido con mejor onda y hubiera tenido más sentido.
Era una de esas amigas ex vecinas de "nos juntamos a tomar un café mientras nuestras nenas juegan". Después las nenas pierden interés y las madres también, pero vino toda la familia a mi casa a invitarme y me dió sentí que no podía negarme

Ana, espero que sobrevivamos, ambas :-)

La niña está con pruebas todos los días por el cierre del trimestre, así que contesto yo como su representante legal hasta que aparezca

Anónimo dijo...

cuanta razon tenes ..solo que los padres estamos combencidos que lo mejor es lo que nosotros queremos, esto me da a emtender que si mi hija no quiere su fiesta de quince ni ir a un a fiesta por el solo hecho de ir, debo respetarla y no obligarla