Allá por los 70, cuando fui alumna de primaria, la tarea era cosa de chicos. Me refiero a que se esperaba que hiciéramos los deberes solos. A lo sumo, preguntábamos lo que no entendíamos. Pero ningún padre (madre, si somos más apegados al realismo que a la corrección política), sentía la obligación de ordenar, incitar, explicar, revisar, corregir y observar cada mínimo trazo con el culo pegado al asiento sin poder hacer nada más hasta terminar la bendita tarea.
En algún momento impreciso entre 1976 (fin de mi primaria) y 1998 (comienzo de la de mi hija mayor) las cosas habían cambiado. Y no me refiero solo a los cambios agradables, como el advenimiento de la democracia y la aparición de internet. No, me refiero a que mientras yo estaba distraída estudiando en la facultad, casándome y cuidando a mi bebé, ALGUIEN (a quien mataría si pudiera), determinó que la tarea escolar era obligación de los padres.
Al principio no me había percatado de lo que se esperaba de mí. Así que tardé un poco en darme cuenta de que tenía que volver a cursar la primaria, con el agravante de arrastrar a una niñita con poco interés en el tema. . Terminé por enterarme cuando la maestra me empezó a citar para contarme lo que NO hacía mi hija. Ahí empecé con la lectoescritura, la letra cursiva, los números, las 4 operaciones, las tablas...(ustede mismos completen todos los ítems hasta 7º grado). En los grados superiores conseguí algo más de libertad y por fin, en 2004 tuve mi certificado de estudios primarios.
Lástima que el año pasado tuve que empezar otra vez 1º grado con mi hija menor. Adorable criatura que aplica la Ley del Mínimo Esfuerzo con aún más virtuosismo que su hermana (lo que siempre creí imposible).
Por un lado, debo confesar que 2º grado tiene temas fascinantes. Se aprenden cosas que son fundamentales. La hora, el calendario, sumar, restar, multiplicar y dividir. No da lugar a preguntas como "Y esto para qué me va a servir". Todo lo que aprendí en la primaria me sirvió para la vida cotidiana. Digamos que todo hasta la regla de tres simple. Quizás también la compuesta :-)
No es como tratar de contestar a mi hija mayor para qué la hacen estudiar latín. Para mí la respuesta es "para que te den el título secundario", pero por alguna razón a ella no le parece suficiente...
Volviendo a las criaturitas que están conociendo los misterios de la resta con dificultad y la concordancia entre sustantivos y adjetivos, tampoco es que están felices de obtener tan útiles conocimientos. Por lo menos a la mía la tiene muy sin cuidado. Los diálogos suelen ser de este tenor:
- ¿Cuánto es 14 menos 7? - (antes muerta que tener que pensar un poco).
- Mirá tesoro, hace mucho mucho tiempo cuando yo era joven en el otro milenio, ya aprendí cuánto es 14-7. La que lo tiene que aprender ahora sos vos. Yo ya lo sé.
- Ah, entonces ¿me decís cuánto es 14-7?
- Pero, ¿cómo es que me preguntás eso? ¡Es muy fácil! Además la hiciste en la resta anterior.
- No sé, no entiendo.
- ¿QUÉ ES LO QUE TENÉS QUE ENTENDER DE SACARLE 7 A 14?
No sigo para que no me acusen de violencia familiar, pero esto es sólo el comienzo y recién vamos por el principio de la tarea...
Ya habiendo establecido mi posición en este tema, aprovecho para lanzar un maldición eterna a las maestras que mandan recortar de las revistas palabras con HUE, HUM y HIE y otras variantes maquiavélicas. Si a mí, que llevo muuuchos años leyendo me resulta difícil (confieso que una vez sin poder encontrar la última que me pedían, sucumbí a la desesperación y la escribí con el Word y la imprimí), para un chico de 7 años es misión imposible. Bueno, no puedo hablar por todos los niñitos pero para la mía lo es.
¿Cómo es que a nadie se le ocurrió vender palabras pre-recortadas en las librerías escolares? A ver si algún emprendedor toma la idea. Las madres, agradecidas. Por lo menos, las madres como yo :-)